Semblanzas
Agustín de Hipona

Agustín de Hipona o Aurelio Agustín de Hipona (en latín, Aurelius Augustinus Hipponensis), conocido también como san Agustín, fue un escritor, teólogo y filósofo cristiano. Después de su conversión, fue obispo de Hipona, en el norte de África, desde donde dirigió una serie de luchas contra las herejías de los maniqueos, los donatistas y el pelagianismo.
Es considerado el «Doctor de la Gracia», además de ser el máximo pensador del cristianismo del primer milenio y, según Antonio Livi, uno de los más grandes genios de la humanidad.[3] Autor prolífico,[4] dedicó gran parte de su vida a escribir sobre filosofía y teología, siendo Confesiones y La ciudad de Dios sus obras más destacadas.
San Agustín nació el 13 de noviembre de 354 en Tagaste, una antigua ciudad en el norte de África sobre la que se asienta la actual localidad argelina de Suq Ahras, situada entonces en Numidia, una de las provincias del Imperio romano. Los eruditos están de acuerdo generalmente en que Agustín y su familia eran bereberes, un grupo étnico indígena del norte de África.
Agustín y su familia estaban fuertemente romanizados y hablaban solo latín en casa como una cuestión de orgullo y dignidad.[5] Sin embargo, Agustín deja alguna información sobre la conciencia de su herencia africana. Por ejemplo, se refiere a Apuleyo como "el más notorio de nosotros los africanos".
Su padre, llamado Patricio, era un pequeño propietario pagano, y su madre, la futura santa Mónica, es puesta por la Iglesia como ejemplo de mujer cristiana, de piedad y bondad probadas, madre abnegada y preocupada siempre por el bienestar de su familia, aun bajo las circunstancias más adversas.
Mónica le enseñó a su hijo los principios básicos de la religión cristiana y, al ver cómo el joven Agustín se separaba del camino del cristianismo, se entregó a la oración constante en medio de un gran sufrimiento. Años más tarde Agustín se llamará a sí mismo «el hijo de las lágrimas de su madre».En Tagaste comenzó Agustín sus estudios básicos, y posteriormente su padre lo envió a Madaura a realizar estudios de gramática.
Agustín destacó en el estudio de las letras. Sin embargo, él mismo reconoce en las Confesiones que no era un buen estudiante y que debió ser obligado a estudiar para aprender (cf. Confesiones 1,12,19). En cualquier caso, mostró un gran interés por la literatura, especialmente la griega clásica, y poseía gran elocuencia.[12] Sus primeros triunfos tuvieron como escenario Madaura y Cartago, donde se especializó en gramática y retórica.[11] Durante los años de estudiante en Cartago sintió una irresistible atracción hacia el teatro. Al mismo tiempo, gustaba en gran medida de recibir halagos y la fama, que encontró fácilmente en aquellos primeros años de su juventud. Durante su estancia en Cartago mostró su genio retórico y sobresalió en concursos poéticos y certámenes públicos. Aunque se dejaba llevar por sus pasiones y seguía abiertamente los impulsos de su espíritu sensual, no abandonó los estudios, especialmente los de filosofía. Años después, el mismo Agustín hizo una fuerte crítica sobre esta etapa de su juventud en el libro Confesiones.
A los diecinueve años, la lectura de Hortensius de Cicerón despertó en la mente de Agustín el espíritu de especulación y así se dedicó de lleno al estudio de la filosofía, disciplina en la que sobresalió. Durante esta época conoció el joven Agustín a una mujer con la que mantuvo una relación estable de catorce años y con la cual tuvo un hijo: Adeodato.
En su búsqueda incansable de respuesta al problema de la verdad, Agustín pasó de una escuela filosófica a otra sin que encontrara en ninguna una verdadera respuesta a sus inquietudes. Finalmente abrazó el maniqueísmo, creyendo que en este sistema encontraría un modelo según el cual podría orientar su vida. Varios años siguió esta doctrina y finalmente, decepcionado, la abandonó, al considerar que era una doctrina simplista que apoyaba la pasividad del bien ante el mal.[12]
Sumido en una gran frustración personal, decidió en 383 partir para Roma, la capital del Imperio romano. En la partida de Agustín a Roma existía una motivación intelectual y de conocer nuevos horizontes, pero, mayoritariamente, lo que le empuja a viajar de manera definitiva es el hecho de que se enteró de que los estudiantes en Roma eran mucho más educados y respetuosos con los docentes que aquellos a los que daba clase en Cartago (cf. Confesiones 5,8,14). Su madre quiso acompañarle, pero Agustín la engañó y la dejó en tierra (cf. Confesiones 5,8,15).
En Roma enfermó de gravedad. Tras restablecerse, y gracias a su amigo y protector Símaco, prefecto de Roma, fue nombrado magister rhetoricae en Mediolanum, la actual Milán.
Como maniqueo y orador imperial en Milán, Agustín era el rival en oratoria del obispo Ambrosio de Milán.
Conversión al cristianismo
Fue en Milán donde se produjo la última etapa antes de la conversión de Agustín al cristianismo. Allí empezó a asistir como catecúmeno a las celebraciones litúrgicas del obispo Ambrosio, quedando admirado de su predicación y de su corazón. Ambrosio le hizo conocer los escritos de Plotino y las epístolas de Pablo de Tarso y gracias a estas obras se convirtió al cristianismo y decidió romper definitivamente con el maniqueísmo.
Esta noticia llenó de gozo a su madre, que había viajado a Italia para estar con su hijo, y que se encargó de buscarle un matrimonio acorde con su estado social y dirigirle hacia el bautismo. En vez de optar por casarse con la mujer que Mónica le había buscado, decidió vivir en ascesis; decisión a la que llegó después de haber conocido los escritos neoplatónicos gracias al sacerdote Simpliciano y al filósofo Mario Victorino, pues los platónicos le ayudaron a resolver el problema del materialismo y el del origen del mal.
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